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Mamás cavernícolas: una apología del instinto de supervivencia (por sobre los métodos de crianza reglados)

No defendemos el «instinto materno» como algo que toda mujer debe tener. Defendemos el instinto de supervivencia como esa respuesta ancestral ante las dificultades que encuentra soluciones y escapatorias a cada situación; ese don biológico que intuye lo que se necesita hacer y no fuerza las cosas para adaptarse a una receta pedagógica que seguramente vaya -también- a cambiar con el tiempo. Más confianza, por favor.

Hoy sos una mamá llena de consejos. En todos lados tenés opciones para aprender qué hacer. Hay psicopedagoga en el colegio, los chicos tienen terapeuta y en casa hay psicólogo para cada papá. Las abuelas siguen opinando, y ahora, también lo hacen las bisabuelas. La bibliografía se multiplica… en tanto, los padres estamos más a la deriva.

Frená las opiniones externas… ¿te preguntaste alguna vez qué mamá querés ser?

Es muy común detectar que los adultos no han evaluado alternativas al respecto y que la vida los sorprende con el primer llanto en la cuna sin saber bien si alzar al bebé o dejarlo que llore (dos teorías profesionales enfrentadas a la hora de calmar el llanto infantil). Del otro lado se sitúa el padre que ha leído tanto que puede escribir él mismo el decálogo de consejos para asumir este nuevo rol. En el medio, una amplia gama de tibios acercamientos a la crianza, con aplicaciones sucesivas de técnicas prestadas que no responde fehacientemente a los deseos propios, o al objetivo que se desea y -peor aún- que cambian todo el tiempo sin coherencia tratando de detectar aquella que finalmente dé resultado.

Si existiera un detector de sensaciones para padres, podríamos afirmar que, por lo bajo, la inmensa mayoría sueña con límites precisos y respetados para la crianza de sus hijos. Sin embargo, hay numerosas causas por las que, finalmente, este esquema, nunca se concreta. En síntesis: los padres en secreto desean ser más rígidos de lo que son con sus hijos, pero no se animan o no pueden.

 

Parece de perogrullo pensar que quienes deben imponer las reglas del juego quieren hacerlo y no lo hacen. ¿Cuáles son las causas? Innumerables. Trataremos de desmenuzar situaciones para que cada uno se ponga el saco que le toque y pueda reflexionar sobre actitudes propias o de pareja que podría modificar para llegar a su objetivo.

Para comenzar habría que asegurarse de tener clara una imagen: no existe la fábrica de padres. Nadie sale «listo» para serlo y la mayoría se construye como tal a la par que el bebé se transforma en adulto. Hasta los papás múltiples enfocan la crianza de manera diversa con cada uno de los descendientes, aún cuando haya poca diferencia en edades o personalidades.  Van avanzando por prueba y error, modificando la ruta como un «recalculando» del GPS.

Si no existe esa cátedra donde recibirse para ser papá, entonces, ¿cómo enfrentar el hecho de serlo? Como lo ha venido haciendo la humanidad desde sus comienzos: con el uso del instinto. No concebido como la definición del clásico «instinto materno», sino asociado a cuestiones de supervivencia de la especie: el hombre ha aprendido desde el comienzo de la historia a cuidar a la prole, alimentarla, protegerla y enseñarle a crecer como instinto de conservación de la raza.

La primera herramienta esencial que el hombre debiera poner en juego a la hora de guiar a su cría, sería exacerbar aquél instinto. Los humanos hemos adormecido esa capacidad en virtud de dos condiciones: la sociabilización y los métodos de crianza.

 

Si desde los cavernícolas la raza humana ha venido educando hijos hasta llegar a nuestros días con un mediano nivel de éxito, ¿qué nos ha pasado en esta última etapa de la historia en la que debemos recurrir insistentemente a buscar herramientas que nos indiquen cómo hacerlo? No incitaremos a obviar la consulta profesional y la lectura de materiales acordes, pero sí sería de valor empezar a escuchar más claramente al padre interior que aflora de manera natural.

Durante centurias las mujeres se enfrentaron a sus bebés y debieron protegerlos de los peligros, enseñarles a lidiar con ellos y prepararlos para un futuro próximo en ausencia de sus progenitores. La vida sigue siendo eso -con más o menos tecnología, o amenazas o estudios psicológicos-. La primera recomendación que debería escuchar un papá al iniciar su senda es la de su ser interior. En algún lugar tiene una sapiencia milenaria, vinculada al instinto de supervivencia y de perpetuación que le sabrá indicar los rasgos mayores del camino a recorrer. Busquemos, entonces, el tan mentado sentido común, que es una forma de expresar de un modo más socialmente aceptable al instinto.

Por Flavia Tomaello, periodista y escritora, autora de libros como «Qué animales somos como padres», «Adopción» y «Gerentas de hogar». Conocé más de ella acá: flaviatomaello.tumblr.com, lacitodeamor.tumblr.com,www.pinterest.com/flaviatomaello.

 

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