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Recuerdo de la tragedia de los Andes los ayudó a resistir 30 horas en el mar

De improviso el fondo de la embarcación comenzó a hacer agua. En cuestión de segundos aparecieron burbujas sobre el piso y el casco fue despegándose de los pontones o flotadores estancos e independientes, que eran cinco.

De esa lancha semirrígida, de siete metros, la más grande de las que habían estado horas antes en el puerto de Punta del Este, a siete millas de éste poco quedó sobre las aguas del Océano Atlántico.

Se hundieron los dos motores, las dos baterías, la radio de base con antena y el handy. Los tres pescadores deportivos que iban en la embarcación fabricada en Argentina, capaz de cargar unos 1.800 kilos, perdieron además los relojes.

Solo mantenían en su poder las billeteras y los celulares que no emitían señal. Lo único que les restaba hacer era aferrarse a los pedazos de pontones de goma, rasgados, cada vez más desinflados.

El salvavidas Hombre Al Agua, que tiene un cabo de 8 a 10 metros, fue lo que les permitió enhebrar los restos de la lancha y juntar los dos tanques de nafta, un bidón vacío y una colchoneta para armar una especie de isla flotante.

Carlos Piffaretti, un odontólogo muy querido en Maldonado, se había embarcado con dos amigos el viernes 24 de febrero, a la hora 7:30.

Primero pactaron dirigirse hacia un cruce de coordenadas entre la isla Gorriti y la de Lobos. Pero se entretuvieron yendo hacia una pajarada, es decir un grupo de aves que con sus movimientos delataban la presencia de un cardumen de anchoas que por allí se estaban alimentando.

Los tres pescadores se mantuvieron navegando a una distancia de 500 a 600 metros, y en una «pisada» de la lancha para seguir desplazándose ocurrió lo inesperado.

Noche eterna.

Desde que la nave se fue a pique, los hombres quedaron a la deriva, con vientos en dirección este. Las corrientes marinas terminaron llevándolos hacia Piriápolis, a 20 millas de la costa.

Cuando por la noche se hizo sentir la virazón, con olas de 30 a 40 centímetros, a los náufragos se les hizo imposible no tragar agua. Poco a poco sintieron cada vez más la irritación de la piel, hasta pensar que eso era efecto de aguavivas, cuando en realidad fue debido al combustible escapado de los tanques carentes ya de las mangueras.

«Yo decía: me va a venir un paro cardíaco, mi ánimo estaba bien pero no sabía si mi físico iba a resistir», narra a El País el doctor Piffaretti, que tiene 68 años y es hipertenso.

Cada uno de los tres hombres sabía cómo se sentían los otros dos pero de todas formas practicaban casi a manera de rito un monitoreo con preguntas breves.

—Fulano, ¿estás bien? ¿tenés frío?

El regreso a tierra de los pescadores estaba previsto para las 15:00 horas del viernes y por eso estimaban que una vez dada la alarma por parte de los familiares, el aviso de búsqueda se podría emitir a partir de las 17:00 o 18:00 horas.

El operativo de la Armada comenzó ese día pero el rescate terminó concretándose a las 11:30 del sábado 25. Para las víctimas, la noche en el agua se volvió eterna.

«No amanecía nunca», recuerda Piffaretti. «Estaba más frío afuera del agua que adentro. Dicen que uno antes de la muerte, en un minuto, ve toda su vida. Nosotros tuvimos treinta horas para mirar toda la vida. Las esperanzas de sobrevivir eran muy pocas. Yo pensaba que tenía que entretenerme ahorrando energía, hacer la mejor filigrana posible con los restos de la lancha porque en el agua los nudos se aflojan solos. Flotando, a uno apenas le queda la fuerza de los brazos».

No ya a modo de pasatiempo sino para generar otros elementos que facilitaran la ubicación del lugar en donde debería concretarse el rescate, Piffaretti decidió vaciar una latitas de cerveza que llevaban, abrirlas y aprovechar el aluminio para usarlo como reflector plateado.

A lo largo de las horas que permanecieron en el agua solo avistaron a dos lobos marinos que se mostraron inofensivos, respetuosos del principio de no interferencia, y disfrutando del baño de mar con cierto desenfreno, actitud que se daba de bruces con la de los náufragos, quienes solo podían gastarse algunas bromas catárticas.

A poco de amanecer, los tres pensaban que lograrían resistir el paso del tiempo bajo el sol pero no otra noche más. No sentían hambre ni sed, y la resistencia físicofisiológica iba en caída libre.

Equipo con historia.

Los dos amigos de Piffaretti también pasaron los 65 de edad. A Mario Temesio lo conoce hace casi medio siglo.

«La mayoría de los fines de semana hacemos lo mismo con él; yo tengo 45 años de marino deportivo, de pescar en todas partes del Uruguay, fuimos de lo primeros que salimos en Cabo Polonio, tenemos mucha experiencia como amateurs y somos pescadores casi profesionales».

El contador Miguel Sensión, quien completaba el trío, es amigo de Piffaretti desde hace unos 10 años; también es conocedor y amante de la pesca.

«No teníamos con él mucha experiencia encima de una embarcación. Pero los tres hicimos, gracias a Dios, una comunión perfecta, nos acordamos mucho de la gente de los Andes», confiesa Piffaretti.

Reencuentros.

A 30 horas de haber naufragado, los tres hombres terminaron siendo rescatados por la Armada, eran las 11:30 del sábado 25 de febrero.

Cuando vieron el sobrevuelo del avión, los invadió la emoción, la euforia.

En el reconocimiento a la pericia del piloto Nicolás Sanguinetti se resume un agradecimiento mucho más amplio, a todos los que participaron en el operativo de búsqueda.

«Nos favoreció que los pedazos del bote que quedaron eran rojos, podían verse, y lo otro fue que la temperatura del agua y el clima fueron benévolos. Pero la hipotermia siempre existe; a la primera hora de estar sumergidos, los tres empezamos a temblar, teníamos escalofríos, más en los brazos o más en las piernas, según cada uno», cuenta Piffaretti.

Él tenía la lancha desde hacía cinco años y resalta que posee la licencia de navegación o rol, el certificado de navegabilidad y el permiso o brevet C para 15 millas de la costa (unos 30 kilómetros), distancia para la cual también estaba habilitada la embarcación.

«Lo que puedo decirle a quienes un día se encuentren en una situación como la que vivimos es que se agrupen, que jamás se abandonden ni permitan que nadie se separe. Cuando uno se halla en una situación límite puede reaccionar para sobrevivir o recaer en el histerismo, en el pánico».

—¿Fobia al mar?— Nada de eso; el doctor Piffaretti confirmó que este fin de semana se iría al Polonio.

Fuente: El Pais

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