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Sin offside en el amor

A Gabriel Popovits y Claudia Umpiérrez los unió el arbitraje; viven entre silbatos y tarjetas.

La vida cruzó sus caminos en 2003. Gabriel Popovits estaba en el segundo año del curso de árbitro y Claudia Umpiérrez hacía lo mismo en primero. Cada uno tenía su pareja y su vida. Apenas se veían mientras uno salía del salón y el otro entraba, pero el arbitraje, la misma pasión que los llevó hasta ese lugar, los unió siete años más tarde. «Tiempo después, ya divorciados cada uno, nos juntamos. Teníamos una gran amistad y bueno… ¡la amistad pasó a otra cosa!», reconoció él entre risas.

Hoy la vida los tiene con otro presente. Viven en una casa del Parque Batlle junto a Lola, su perrita de 12 años, y Naomi, la mimada de la casa que desde hace siete meses ilumina sus días. «Esto es increíble, no se cambia por nada del mundo», explicó Claudia mientras la alzaba y observaba cómo ella le respondía con la mirada fija y una cómplice sonrisa.

Son árbitros. Eso es lo que conoce el público futbolero, pero detrás tienen una vida más allá de lo que se ve los fines de semana en las canchas.

Él es Licenciado en Comunicación, trabaja en la Administración Nacional de Puertos y además, tiene dos supermercados junto a sus hermanos. Ella es abogada y trabaja en el Banco de Seguros del Estado. A sus actividades diarias, le suman el arbitraje. «La gente tiene la idea de que somos millonarios. Todos tenemos nuestros trabajos. Esto es un hobbie remunerado. Cuando nos gritan: `Dejen de robar la plata`, me dan ganas de reírme», confesó Claudia. «Nosotros realmente jugamos por la gloria. Tal vez, internacionalmente podés hacer alguna plata, pero no que te cambie la vida. A lo sumo, cambiás el auto», puntualizó él.

En la mayoría de los días, sus jornadas van desde las 6 de la mañana hasta las 2 de la madrugada del otro día. Se les hace difícil coordinar tiempos y horarios. Por esa razón, Claudia explicó que «hay que saber acompañarse». «Él, por ejemplo, ahora está viajando mucho. Se va un lunes, vuelve un jueves y el sábado le toca ir a San José», dijo.

Pero el amor puede más. El fútbol (o el arbitraje propiamente dicho) para ellos, es una gran pasión.

«Soy un futbolista frustrado. Hice baby y cuando tuve que pasar a Séptima, mi madre me dijo que había que elegir entre el fútbol y el estudio… ¡Pero eligió ella!», sostuvo entre carcajadas. Igualmente, aclaró: «Hoy le agradezco. Los jugadores que llegan a triunfar son la minoría».

Sin embargo, la pasión se salió con la suya y se buscó su camino: «Quería pertenecer al ámbito del fútbol de alguna manera. Miraba el trabajo del árbitro, me gustaba y probé. Y acá estoy».

Por su parte, Claudia lleva este deporte en la sangre, casi como un requisito obligatorio en su familia. «Yo jugaba al fútbol en el interior, mi padre es entrenador, mi abuelo materno era árbitro, mi tío era jugador (Ruben «Pico» Umpiérrez) y tengo una tía árbitra», señaló. El bichito por el referato le empezó a picar a sus 16 años cuando su tía hizo el curso. En ese momento, al ser menor de edad, no se pudo inscribir; pero cuando vino a Montevideo a estudiar Derecho, se anotó.

Su condición de mujer, hizo que más de una persona intentara frenarla: «A mi padre no le gustaba. Él es entrenador y ve todo desde otro rol. Sabe que insultan a los árbitros. Él se enoja y les grita cualquier cosa. Yo le digo: `Papá, pensá que puedo ser yo`». De todos modos, logró cambiar la situación: «Como vieron que me gustaba, me apoyaron».

Sobre las diferentes cosas que su padre le advirtió, ambos coincidieron en que si bien ya están acostumbrados, no es sencillo convivir con las críticas. Gabriel reflexionó sobre lo que sucede a diario: «Nadie quiere equivocarse y que después estén hablando toda la semana de vos».

Sin días libres en la semana, aguantando las críticas y con Naomi como batería para recargar fuerzas, Gabriel Popovits y Claudia Umpiérrez no aflojan en una profesión que los tiene con la llama más encendida que nunca.
ASÍ LO VEN
«Los árbitros están mejor preparados ahora que antes»

La situación de los árbitros en nuestro país, no es la mejor. En primer lugar, faltan herramientas de trabajo: banderines electrónicos, intercomunicadores y lugares adecuados de entrenamiento. «Tenemos dos masajistas y un médico para los más de 150 jueces. Inclusive, el masajista solo va a los partidos televisados», explicó Gabriel. «En este Mundial no hubo jueces uruguayos, pero siempre hay y si no, mirá en los partidos decisivos de las copas internacionales. Es más, con todas estas carencias, están mejor preparados ahora que antes: más entrenados, más capacitados», agregó. Asimismo, está el aspecto económico. «En UEFA, el fútbol femenino es más profesional que el uruguayo. Las árbitras ganan 1.500 euros por partido y acá nos dan 500 pesos», sostuvo Claudia.
EL DATO
Una tendencia: en el básquetbol hay otra pareja de árbitros

Al igual que Gabriel y Claudia, en el básquetbol hay otra reconocida pareja de jueces. Se trata de Diego Ortiz y Vivián García. Ella es la primera mujer árbitra uruguaya que consiguió la licencia internacional. Además, es la única en su género que actualmente integra los registros de la FUBB. Él realizó una carrera que le permite estar arbitrando en los primeros planos en la Liga Uruguaya.

EL PAÍS

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