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Una pasión llamada All Blacks

Teníamos que conocer el rugby de cerca si estábamos en Nueva Zelanda. Por eso fuimos a dos partidos de los All Blacks y vivimos la previa de varios más.

La mejor forma que encontramos de definir la pasión que viven por el rugby es locura total al punto de que se paralizan las ciudades, en este, el rincón más fanático por el rugby en el mundo.

En los más de 20 países que recorrimos nunca vimos un fanatismo tan grande por una selección nacional como aquí. Incluso en Uruguay, durante el año solemos dividirnos por equipos y sacar a relucir nuestras banderas nacionales cuando se acerca una fecha de eliminatorias, Mundial o Copa América.

Pero en Nueva Zelanda, la locura por los All Blacks está presente los 365 días del año y si bien la liga local tiene un gran nivel, son pocos los que eligen hacer flamear la de sus equipos. La hojita famosa que representa a la selección de rugby neozelandesa está en todos lados: autos, balcones, escritorios de oficina, fundas de celular, cartucheras de escuela y donde a uno se le ocurra. En todos lados.

Los bares están repletos y la multitud se enloquece frente a las pantallas gigantes, casi siempre cerveza en mano. Ese es el síntoma de la enfermedad: los guerreros de camiseta negra están por jugar.

El haka

Adentro del estadio, el momento más emocionante de la noche se vive antes de comenzar el partido, cuando se ejecuta la obra que todos los espectadores quieren presenciar. El público forma parte de una especie de ritual cuando los jugadores se acercan a la mitad de la cancha. Un silencio aturde en el estadio y el capitán dirige a sus soldados, que se encorvan y golpean muslos y pecho, al ritmo de esta danza de guerra tribal que cantan a gritos. Los flashes de las cámaras se multiplican en las tribunas mientras los jugadores entran en trance al entonar el “¡Ka mate! ¡Ka mate! ¡Ka Ora! ¡Ka Ora!”. El haka está en marcha, la guerra ya empezó.

Esta danza maorí es reconocida a lo largo y ancho del mundo por ser un ícono de los All Blacks, pero se remonta a 1810, cuando se creó como una demostración de orgullo, fuerza y unidad. Utilizada por los guerreros maoríes cuando se enfrentaban al enemigo, con el fin de intimidarlos, hoy recorre el planeta a través de la selección número uno del International Rugby Board.

Y trasciende las fronteras del estadio. Por ejemplo, los alumnos de una escuela en Nueva Zelanda pueden dedicar un haka en medio de un funeral de un maestro fallecido.

 

 

Auténticos all blacks

Los jugadores visten de negro, de pies a cabeza. Ni siquiera hay espacio para una marca en los zapatos. Sin pipas, sin tres tiras, sin nada. Cuando se baila para ahuyentar al enemigo, cuando trata de ir a la guerra, no hay lugar para el marketing.

Y también pasa con la actitud de jugadores e hinchas afuera de la cancha: los hinchas están confiados pero no dan ningún partido por ganado y los que participan se concentran desde el primer minuto hasta el último.

Además, jugar en los All Blacks no es un prestigio que se gana y se ostenta: es un beneficio que se obtiene y hay que honrar. Por eso, los jugadores cumplen un rol social y no se esconden en las ciudades ni se mueven como estrellas. Son ciudadanos comunes que tienen talento para hacer lo que todos quieren, pero no son más que nadie en el día a día.

Después, el partido, lo de siempre: empieza emocionante, se pone lindo y siempre termina igual: el físico funde a los rivales, los tries empiezan a caer y el resultado siempre predispone a los kiwis a brindar.

Fuente: http://www.contragolpe.com.uy/

 

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