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Le robaron el dinero para comprar su casa, fue preso y está por lograr su techo

Bloque a bloque, la nueva casa de Walter, su esposa y sus siete hijos. Luego del robo, una colecta logró reunir el dinero

El 17 de enero a Walter Gutiérrez le cambió la vida. Vive en una casa precaria en el barrio Nuevo Llamas, con su mujer y con sus siete hijos: Facundo, Joseline, Walter, Marcelo, Héctor, Jonas y Juan. A medida que los niños fueron llegando, la vivienda se volvió cada vez más chica. Y entonces él y su esposa decidieron mudarse.

La idea iba bien. Apareció un interesado en la casa que le ofrecía US$ 10 mil. Con US$ 5 más, Walter iba a poder comprar la vivienda que quería, ya que tenía un terreno donde sus hijos pudieran jugar. Le pidió al vendedor pagarle lo que le faltaba en cuotas, y en un año liquidaba la deuda. Todos estaban de acuerdo.

La casa ya estaba vacía, lista para entregar, cuando Walter fue a retirar el dinero que le acababa de depositar el comprador, con el cual obtendría el nuevo techo, con terreno «para los gurises».

Nuevo Llamas es un barrio tranquilo, y como hace ocho años que vive allí, Walter conoce a casi todos los vecinos. Pero en Paso de la Arena, donde quedan los comercios más cercanos, las caras ya no se tornan tan familiares.

Enseguida de salir del banco, se fue caminando con su mochila sujeta hacia adelante. Siempre anda con mochila, aseguró a El Observador. Como cargaba el dinero, se cuidó de no llamar la atención. Fue a cruzar la calle para tomarse un ómnibus hasta Nuevo Llamas, o un taxi, lo primero que viniera, cuando sintió un tirón que lo hizo caer. Al levantarse, vio cómo un hombre se iba corriendo, se subió a una moto que lo esperaba, y desapareció.

«En ese momento sentí morirme. Me llevaron el techo de mi familia», recordó. Cuando llegó a su casa no supo qué decir a su mujer.

Tras una noche sin pegar un ojo, a la mañana vio a un patrullero en la puerta de su casa. Con esperanza, le abrió. «Me va a tener que acompañar», dijo el oficial de Policía, y le aseguró que le explicarían lo sucedido una vez en la comisaría.

Y el comisario se lo explicó: Walter había vendido la casa en US$ 10 mil, y no se la había entregado al nuevo dueño. Fue directo al calabozo. «Encerrado, con un olor a orín espantoso. No me dejaron nada, si no capaz que hasta me ahorcaba», reveló a El Observador.

A pesar de la confusión, era consciente de que la casa ya no era suya. Pero no tenía adónde ir. «Me van a tener que sacar de acá. Porque otro lado no tengo para vivir, y yo no voy a permitir que mis hijos se vayan de al lado mío, porque yo soy un padre», advirtió.

Al mirar para afuera, se detuvo a observar los terrenos baldíos de alrededor. «Todo el campo que hay ahí, y yo no tengo un pedazo de campo para mis hijos», se quejó.

La misma ironía se le cruzó por la mente mientras trabajaba. Walter es obrero desde los doce años. Tuvo que dejar la escuela para ayudar a su familia. En total eran nueve hermanos. «Al principio no me gustaba», confesó, pero a sus 53 años llegó a trabajar en unas cien obras. «Tanto que uno construye para ajenos, y que no den la posibilidad, porque te falta plata», insistió.

Subrayado publicó su caso en el portal y en su Facebook. Del otro lado de la computadora estaba Diego Rosano, leyendo lo que la gente comentaba. «Eran comentarios que no aportaban nada», dijo a El Observador. Sin embargo, un lector propuso armar una colecta, y Diego tomó la iniciativa: el 25 de enero nació el evento «Una casa para Walter», donde se divulgó lo sucedido, y con un número de cuenta de Abitab, la historia comenzó a circular.

Walter sacó de la cuenta $23 mil y US$200. Con eso, y algo de ayuda de sus familiares, comenzó a poner los primeros bloques en el fondo de la casa de su suegro. «Como quien dice, tenemos un pie adentro. Y de ahí no me saca ni Mujica», expresó. Sabe exactamente cuánto le falta: 350 bloquetas, 250 bloques, 20 bolsas portland, 5 metros de arena, 5 de pedregullo, dos vigas, y una chapa de 7 metros por 9 metros. Pensaba estrenarla para Semana Santa, pero con un poco de suerte, y otro poco de ayuda, estará pronta para antes de que llegue el invierno.

EL OBSERVADOR

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