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Convictos colaterales: vivencias de niños con padres en la cárcel

Débil desarrollo temprano infantil, altísimos niveles de fracaso escolar, debilitamiento de la vida familiar y comunitaria, falta de oportunidades y desempleo. Los hijos de padres uruguayos encarcelados viven sus propias condenas sociales.

En tu familia, aparte de tu padre, ¿quién ha estado preso?

-En este momento está mi cuñado, marido de mi hermana.

-¿Alguien había tenido problemas con la ley, la Policía?

-Mi padre nunca, es la primera vez que está preso. Pero sí estuvo mi hermano, el que me sigue en edad. Estuvo preso dos o tres veces, no me acuerdo…

-¿Él siendo adolescente?

-No, ya era mayor. Ta, y no hay más nadie. Y hace tiempo falleció en la cárcel mi tío…

Cada vida es un mundo. Y el testimonio de esta joven uruguaya revela que ese mundo puede transformarse en un infierno, sobre todo para un niño.

Mañana será presentado en la Intendencia de Montevideo el informe «Invisibles: ¿hasta cuándo?», un estudio patrocinado por la ONG Gurises Unidos, que ahonda en la realidad de niños y adolescentes con padres encarcelados en cuatro países: Brasil, Nicaragua, República Dominicana y Uruguay, incluyendo un relevamiento de datos y entrevistas a informantes calificados y expertos.

En sus páginas, que incluyen muchos datos y testimonios de nuestro país, emergen la vulneración de los derechos de la infancia y las dificultades de los gobiernos para enfrentar un problema creciente.

El trabajo fue realizado en contextos de «muy alta vulnerabilidad social» y con «severos niveles de violencia, pobreza estructural y exclusión», en los que el ejercicio de los derechos individuales, familiares y colectivos, es un desafío cotidiano.

En este sentido, se destaca que las comunidades incluidas en el estudio «tienen sus derechos vulnerados y son atravesadas por problemáticas que comprometen la integración social y el ejercicio pleno de la ciudadanía».

El informe será presentado mañana desde las 9 y hasta las 12:30 horas en la Sala Dorada de la Intendencia de Montevideo, con la presencia del ministro del Interior, Eduardo Bonomi; el director del INAU, Jorge Ferrando; la embajadora de los Estados Unidos, Julissa Reynoso; el coordinador regional del Church World Service (que respaldó la investigación), Martín Coria, y el director de Gurises Unidos, Gonzalo Salles.
Las cifras.

En Uruguay, el Censo Nacional de Reclusos del año 2010 arrojó que el 63% de los presos censados (hombres y mujeres) tiene hijos. No obstante, este relevamiento no proporciona datos sobre cuántos niños y adolescentes son, o sus edades. Ni da ningún otro tipo de información sobre ellos o su situación. A mediados del 2010, el Servicio de Paz y Justicia (Serpaj) realizó la investigación «Estudio integral del sistema carcelario» que, entre otras ítems, incluye una encuesta por muestreo de las personas privadas de libertad a nivel nacional.

Se realizaron entonces 972 encuestas en veintiséis establecimientos carcelarios. Y tomando como base estos datos, se estimó que hay más de 11.000 niños o adolescentes con la madre o el padre preso.

Pero la cifra podría ser incluso el doble. En mayo de este año, la asesora del ministro Bonomi en materia carcelaria, Gabriela Fulco, dijo a El País que hay unas 9.600 personas alojadas en las cárceles uruguayas y que «a un promedio de dos hijos por pareja, tenemos unos 20.000 niños atendidos por vecinos, el INAU o por personas desconocidas para ellos».

«Ningún gobierno atendió esta situación», advirtió Fulco.

El panorama general se agrava con el crecimiento de la población carcelaria. «Asistimos en los cuatro países en cuestión a una inflación en las tasas de encarcelamiento; Brasil y Uruguay representan los casos más alarmantes, al triplicarla y duplicarla (respectivamente) en el período de referencia (1992-2011)», señala el informe.
Dicotomía.

Así como hay niños y jóvenes que concurren a las cárceles a ver a sus padres, sometiéndose en ocasiones a tediosas esperas y revisaciones, también están quienes viven con sus madres tras las rejas.

La presencia de menores en centros de reclusión lleva a la discusión en torno al conflicto de intereses entre los derechos de los niños de estar con su madre y el perjuicio que podría causarles el hecho de vivir en un contexto carcelario, ámbito que por su propia naturaleza y características es inadecuado para el desarrollo integral de la infancia, por más que se tomen medidas para adecuar los centros de reclusión.

En Uruguay, el establecimiento El Molino, que funciona desde el año 2010, aloja a mujeres presas con hijos. «La instalación de este centro constituyó un importante paso para garantizar los derechos de las mujeres encarceladas con sus hijos/as», destaca el informe.

«En síntesis, existe un claro déficit de políticas o programas públicos, salvo acciones aisladas de algunos sectores de la sociedad civil, aunque se vislumbran oportunidades», agrega el informe. (Producción: Eduardo Barreneche)
Testimonios
«Los policías escuchan todo, no existe la privacidad»

Uno de los adolescentes entrevistados para el informe de Gurises Unidos se quejó de la falta de privacidad en las visitas familiares.

-¿Qué cambiarías de las visitas?

-Que no te vigilen tanto. Que escuchen lo que hablás.

-¿Los policías están escuchando lo que hablan?

-Claro, y si escuchan algo después informan adelante. No podés hablar nada de los amigos de él y las cosas que le contás del barrio, te cuidás…

-De la familia, por ejemplo…

-Escuchan todo. Yo le estaba contando y dice: «¡Las cosas personales acá no», y no le estaba contando nada, le estaba contando que estábamos haciendo el piso.
«Tenés que abrirte como si fuera una ginecóloga»

En varias entrevistas aparece una naturalización de la revisión al ingreso a los establecimientos penitenciarios para la visita. En general no se la manifiesta como algo agresivo o grave, y se la acepta como una situación por la cual «hay que pasar». «No me revisaron casi nada. Me hicieron bajarme la ropa, subirme los buzos y bajarme el pantalón», relató una madre.

Sin embargo, otras familias ven la revisión como algo degradante. «Es inhumano. Tenés que desnudarte completamente como Dios te trajo al mundo, subirte a una escalera, abrirte cuando te requisan como si fuera una ginecóloga», declaró otra mujer.
«Lloran en el viaje de regreso hasta llegar a casa»

«Para entrar son unas grandes filas, eso es terrible, dificultoso. Estuve desde las 11 haciendo cola, pude entrar a las 3:15 y la visita era hasta 3:50», dijo una madre.

Los adultos también relatan la ansiedad de los niños frente a las visitas y los largos viajes o tiempos de espera para el ingreso a la cárcel. «Antes de ir están ansiosos, deseando llegar, es insoportable. Claro, (…) porque se aburren de la espera, se aburren de la cola, se aburren del viaje y todo lo demás. Cuando la visita, están que disfrutan desde que entran hasta que se van. El tema es cuando se van (…) Después lloran en el viaje hasta que llegan a casa», declaró otra madre.

EL PAÍS

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