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‘Doctor, como y me hincho. ¿Por qué me sucede esto?’

En época de comilonas, excesos y dietas, un repaso por los males más comunes del sistema digestivo. El abdomen hinchado, la intolerancia a ciertos alimentos o el colon irritable están entre las consultas frecuentes.

Los problemas del sistema digestivo están entre los más frecuentes en la población general. ¿Quién no se siente a veces hinchado o con dolor de panza? ¿Quién no se ha quejado de acidez o reflujo? ¿Quién no ha sufrido dificultades para ir al baño? ¿Quién no ha sentido en alguna ocasión rechazo hacia ciertos alimentos? Pasados los excesos de las fiestas, ahora el verano invita a comer más liviano y el interés por mantener la figura, más expuesta con el calor, lleva a idear nuevas dietas. Sin embargo, no siempre los males digestivos desaparecen. Sin rutina laboral y con menos tensiones, las vacaciones pueden ser una buena época para testear el organismo y entender mejor qué nos cae mal y por qué.

¿Cuáles son las consultas que más comúnmente escucha el gastroenterólogo? Se pueden dividir en dos áreas. Por un lado están las enfermedades orgánicas, de carácter maligno y evolutivo (ver recuadro). Y por otro, más corrientes, están los trastornos funcionales. «Es cuando la persona se siente mal e incluso se altera su calidad de vida, pero no tienen una enfermedad orgánica, no hay nada que aparezca en los estudios, nada que tenga que ser operado, que aparezca en una placa o endoscopía o que vaya a evolucionar en algo malo. Son trastornos funcionales: hay algo que funciona mal pero no hay algo que amenace la vida del paciente», explica el médico Henry Cohen, catedrático de Gastroenterología en el Hospital de Clínicas y expresidente de la Organización Mundial de Gastroenterología.

¿Ejemplos? Dispepsia, distensión abdominal, intestino irritable, reflujo. Una de las frases que con más frecuencia escuchan los especialistas, así como los médicos generales, es: «Como y me hincho». «Es muy común. En general es típicamente funcional, no evoluciona a ninguna enfermedad rara, pero es, sin embargo, difícil de manejar y de mejorar. Son síntomas que van y vienen, hay períodos en que el paciente pasa mejor y otros peor. Cuando podemos identificar qué lo desencadena, si sigue las indicaciones mejora».

Siempre hay un motivo que altera la normalidad, que hace que frente a un estímulo equis los órganos digestivos reaccionen exageradamente. Muchas veces, la causa es un agente externo: un tipo de alimento que el organismo no puede digerir bien. Sin embargo, suele haber desconocimiento sobre esto.

Una de las intolerancias más extendidas es hacia el gluten, propia de la enfermedad celíaca. Por eso, frente a ciertos síntomas es bueno descartar que esta sea la circunstancia. «Hoy es mucho más fácil investigar si alguien es celíaco, con exámenes de sangre que están prontos en poco tiempo y tienen una alta fidelidad en el diagnóstico. Cuando un paciente tiene los marcadores en sangre de la enfermedad celíaca positivos, el diagnóstico es casi seguro; se confirma luego con el examen adecuado, que es una biopsia del duodeno, también muy sencilla de hacer. La dieta es para toda la vida, por eso tenemos que estar seguros del diagnóstico. Estamos obligados a tener en cuenta la celiaquía en forma permanente, para el que come y se hincha, para el que tiene una diarrea, para el que se desarrolló tardíamente, o tiene osteoporosis, o el que sufre de anemia», dice el especialista.

No obstante, una persona puede tener intolerancia el gluten y no ser celíaco. Sus síntomas son muy similares, pero no tienen la alteración genética obligatoria de la enfermedad. De todos modos, se pueden beneficiar de una dieta sin gluten, solo que no tiene que ser tan estricta como la del celíaco.

Otra intolerancia que está casi «en boga» por su frecuencia —»en Uruguay debe andar arriba de 30 o 40 por ciento de la población», desliza Cohen— es a la lactosa. «Si me tomo un café con leche y al rato estoy hinchado, puede ser que la tenga». En estos casos, la persona se hincha o tiene diarreas. «Hay estudios para saberlo, pero también es más simple probar algunas semanas sin ingerir leche ni derivados y ver si mejora. El malestar depende de la dosis de lácteos que ingiera y, obviamente, la leche es peor que los derivados». Esta condición suele descubrirse de adulto, ya que los niños nacen alimentándose con leche. Por eso, a menos que sufra de una intolerancia a la lactosa primaria, el niño la tolera bien. La más frecuente es la secundaria. «De adultos empezamos a tomar menos leche entonces la toleramos menos, es como que perdemos la costumbre de digerirla».

Descubrir si se tiene esta intolerancia es importante porque el malestar que provoca es muy fácil de solucionar, ya sea evitando los lácteos o bien con ayuda farmacéutica. «Lo que le falta a ese paciente es una enzima llamada lactasa, que es la que digiere la lactosa. Y la lactasa se puede comprar en comprimidos. Entonces, si tenés intolerancia a la lactosa, antes de tomarte el café con leche podés tomarte la pastilla y así se digiere lo que acabás de tomar. Es algo común. Existe también la leche deslactosada, que tiene 85% menos de lactosa», explica el médico.

La dispepsia, por su parte, es un trastorno crónico de la digestión: alguien come y le cae mal; a veces tiene hinchazón, un poco de ardor o dolor en la parte superior del abdomen. Es otro trastorno funcional, al igual que el famoso síndrome del colon irritable. Este también presenta distensión abdominal, alternado con diarrea o estreñimiento. Aún no se conocen sus causas más profundas, si bien hay varias hipótesis que hablan de cómo se produce la enfermedad.

En el caso de una persona joven, el diagnóstico no necesita estudios; con una descripción de los síntomas y un examen físico alcanza para saber si tiene un colon irritable. No obstante, dado que los síntomas de los trastornos digestivos muchas veces se comparten, hay que tomar en cuenta signos de alarma. Estos pueden ser sangre en la materia, anemia o una pérdida de peso sin motivo aparente; en estos casos, hay que analizarlos para saber si se tiene una enfermedad orgánica.

En cualquier caso, la clave es que los pacientes se observen, que traten de identificar qué les cae mal. Los gastroenterólogos suelen brindarles una lista de productos —que incluye harinas, papa, lácteos, boniato, coliflor, repollo, puerro, acelga, entre otros— que fermentan más en el tubo digestivo. También se puede testear si la persona tiene alergia a algún alimento, factor presente en países como Estados Unidos pero muy inexplorado en Uruguay. Los nutricionistas son de gran ayuda en estos casos.
CUÁNDO CONSULTAR.

Una buena regla es ir al médico si los síntomas son persistentes. «Si tras una comida opulenta me siento horrible, no voy a consultar. Seguramente al otro día me tire un rato, como liviano y me siento bien. Pero si cada vez que como me siento mal, eso ya es un motivo para ir al médico. Y si además me aparecen síntomas del tipo como lo mismo y estoy pesando cinco kilos menos o me repugna la comida, entonces tengo que consultar, ya sea con un gastroenterólogo o un médico general», dice Cohen.

También hay que tener en cuenta que la incidencia de lo emocional es muy alta cuando se trata del aparato digestivo. «Antes se decía que algunas enfermedades eran psicosomáticas o estaban generadas por el estrés. Una úlcera crónica no aparece por estrés, pero si estás estresado te vas a sentir peor o vas a estar más sensible y por lo tanto tener más síntomas o pasarlo peor. El ser humano es todo uno, las emociones no se pueden separar de lo orgánico. Somos un todo entero», concluye el especialista.
Las enfermedades de mayor cuidado

A diferencia de los trastornos funcionales, las enfermedades orgánicas pueden ser evolutivas o malignas. Entre las más frecuentes se hallan los males inflamatorios del intestino, como la colitis ulcerosa crónica y la enfermedad de Crohn. Ambas son crónicas, de causa absoluta desconocida y sin curación definitiva. «Sin embargo, hay cada vez más investigación terapéutica y disponemos de más herramientas», aclara el gastroenterólogo Henry Cohen. También entre las enfermedades orgánicas se ubican los cánceres del sistema digestivo, que pueden ser prevenibles y curables en alto porcentaje. Por ejemplo, por cáncer de colon, del que mueren 500 mil personas por año en el mundo, se podrían salvar de tenerlo un 90% de los pacientes si hubiera más políticas de prevención, asegura Cohen. Toda persona mayor de 50 años debe hacerse una colonoscopía o al menos un examen de sangre oculta en materias para descartar su diagnóstico. Las poblaciones de riesgo, como aquellos con antecedentes familiares, deben hacerse estudios a los 40, o aun antes si la persona en la familia que lo padeció, lo desarrolló siendo muy joven.

EL PAÍS

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