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El desamparo de los evacuados

Ana Pedraja no pudo sacar nada del interior de su vivienda. Tuvo que salir con el agua a la altura del pecho. La crecida se llevó la pieza donde Doris Di Matei vivía con sus tres hijas. Hace 48 horas que Carlos Rodríguez no duerme, para evitar los robos.

Las historias de los residentes más humildes del pueblo Santa Lucía (Canelones) tienen un lazo común: el río.

Las lenguas negras del Santa Lucía se expandieron al atardecer del martes 16, cruzaron la vía del tren -la medida que utilizan los vecinos para saber si la creciente es grande o no- e inundaron en minutos la casa de Pedraja. La mujer y sus dos hijos menores apenas tuvieron tiempo de salir. «Perdí todo. La creciente me agarró con todo adentro. No quiero llorar porque mi hijo también llora. No tengo más ropa que la que tengo encima», dijo a El País.

Casi enfrente de la casa de Pedraja, vivía Doris Di Matei. Ahora allí no queda nada. Solo se ve la superficie plateada del río que disimula la fuerte correntada que, horas antes, se llevó la pieza donde vivía con sus tres hijas.

En un inesperado big bang conformado por miles de litros de agua, el río sacudió hasta los cimientos a decenas de casas de material ubicadas en los barrios bajos del pueblo Santa Lucía. También inundó los pozos sépticos arrastrando materias fecales, animales muertos, alimañas y toneladas de barro hacia el interior de las casas.

Dentro del comedor municipal de Santa Lucía, junto con otros evacuados, Di Matei se queja de su infortunio y reclama que el gobierno le otorgue una casa.

«Estoy desamparada, en la calle. Solo me quedó una cama con colchón y una cocina. Se fue todo lo demás», dijo.

Sus tres hijas -de 18, 11 y 9 años- la escuchan en silencio sentadas en la cama de dos plazas que pudieron salvar de la corriente. Las dos niñas y la adolescente afrontan con rostro resignado la pobreza, la fatiga y el desamparo.

En los barrios bajos hay una norma no escrita, una tradición oral: las mujeres evacuadas se quedan en el Comedor Municipal con los hijos y las pocas pertenencias que lograron llevar los camiones dispuestos por la Alcaldía de Santa Lucía, mientras que los hombres hacen guardia a poca distancia de las casas para evitar los robos.

Algunos se trepan a los techos y arman una especie de atalayas precarias, con lonas, para ver quién viene en bote y con qué intenciones.

«De noche hay que quedarse para cuidar lo que queda. Hay gente al acecho. Hemos visto caras raras, conocidas y no conocidas», dijo el empleado Leonardo Romano.

Al igual que otros habitantes de las zonas inundables de Santa Lucía, el albañil Carlos Rodríguez está cansado de la sucesión de crecidas, la pérdida de bienes, y el enorme trabajo para sacar la mugre y el barro fuera de su casa, además de las horas que le lleva fregar las paredes con hipoclorito para eliminar hongos y bacterias. Pero no pueden irse del lugar por un tema económico. «Pensé en mudarme a otro lado. Esto cansa. Pero estoy sin trabajo y tengo dos hijos pequeños a cargo. Es imposible», dijo a El País.

En el Comedor Municipal, los evacuados duermen al costado de bultos de ropas, roperos, cocinas y frazadas que salvaron de la inundación.

Walter Hugo Esteves trabajó de portero en varios edificios de Pocitos y Buceo. También fue funcionario de Aduanas. Hace 10 años se operó del corazón y no pudo trabajar más. Terminó en una vivienda en una zona inundable de Santa Lucía.

El martes, Esteves recurrió a la ayuda de funcionarios municipales para salvar algo, porque no puede hacer fuerza.

«Me salvaron una heladera, un ropero, cocina y una televisión»», relató.

En Canelones, el número de evacuados había aumentado ayer a 453, señaló a El País el alcalde Raúl Estramín.

La productora Graciela Gutiérrez, de Paraje Vidal, Canelones, dijo que en la zona muchos productores perdieron animales por las inundaciones del río Santa Lucía.

«Nosotros perdimos uno solo porque nos ayudaron los bomberos a sacarlos de una isla. Tenían el agua hasta las costillas. Pero los bomberos no dieron a basto y hubo vecinos que perdieron gran cantidad de animales. El agua subió de pronto y los animales quedaron atrapados».
En el Yi.

Al igual que el Santa Lucía, el río Yi tampoco dio tregua. Los barrios bajos de la capital duraznense están anegados desde hace seis días.

La altura de río en Durazno se encontraba ayer en 11,25 metros, dos metros y medio por encima de la cota de seguridad.

El soldado José Luis Mundo, de 39 años de edad y 19 de profesión en el cuartel duraznense, reside en el barrio Cementerio, afectado por la inundación, y tuvo que ser evacuado junto con su familia. Hoy integra el equipo que prepara la comida para los damnificados que están alojados en el estadio de fútbol 14 de Octubre, del regimiento Pablo Galarza.

«Estoy orgulloso de estar con los compañeros encargados de cocinar para tanta gente, en este momento tan especial para Durazno, y de hacerlo para los que sufrieron la misma desgracia que hemos vivido con mi familia, a causa de la creciente», dice a El País, mientras revuelve con el enorme cucharón de madera el tuco que acompañará la polenta para 300 personas en el local del centro Cobusu.

Desde el fin de semana, cuando las lluvias y el viento azotaron Durazno, la cotidianidad de la vida de muchas familias cambió.

Lourdes Moreira, estudiante de 19 años, debió dejar su casa, sumergida en el agua en el barrio Santa Bernardina. Es una más de los 61 alumnos del turno matutino del liceo «Dr. Miguel C. Rubino», que están evacuados.

Lourdes vive con su padrastro, su madre y Benjamín, el hermanito de 6 años de edad.

«Es la cuarta vez que tenemos que salir por las grandes crecientes. Yo, desde los ocho años he padecido las inundaciones y para mí ya es algo `normal`. En la primera creciente dejamos cosas dentro de la casa y se nos fueron el armario ropero y la cómoda; ahora siempre tomamos precauciones», contó.
Soriano.

El rápido desborde del río Negro provocó la pérdida de cientos de cabezas de ganado. Solo en Soriano existen entre 8 y 10 establecimientos damnificados. No sólo creció rápido sino que lo hizo bastante más de lo anunciado por el Comité de Emergencia.

El presidente de la Asociación Rural de Soriano, Jorge Andrés Rodríguez, salió a volar para monitorear la situación. Desde el aire el panorama era desolador. «Solo cuando baje el río vamos a poder estimar las pérdidas», indicó.

EL PAÍS

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