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La marcha en homenaje a Nisman cumplió su objetivo político

Congregó a una multitud y captó atención internacional como para preocupar al gobierno

Tras la marcha del 18F (18 de febrero) en reclamo de justicia por la muerte del fiscal Alberto Nisman, empieza la batalla por la interpretación de ese acto. Los medios afines a los organizadores hablan de 400 mil asistentes en Buenos Aires, mientras los opositores apuntan a 50 mil.

Para algunos, la manifestación es una “bisagra” que marca el final del kirchnerismo; para otros, se trata de una expresión de enojo de la clase media que, como antes los cacerolazos, está destinado a diluirse.

Lo cierto es que la marcha cumplió su objetivo. Más allá de las desavenencias sobre la cifra, la cantidad de gente fue importante y la masividad de la convocatoria es inocultable. La lluvia le dio un toque dramático y épico a la protesta, y no faltó quienes compararan la jornada de ayer con el 25 de mayo de 1810, cuando se produjo la Revolución de Mayo que sentó las bases para la independencia argentina.

Pero, más allá de su poder de convocatoria, los organizadores se anotaron otros motivos de triunfo.

Primero, la participación de la familia del fiscal Alberto Nisman, algo que sumó emotividad. También, el prestigio que supuso la llegada de fiscales desde países vecinos, así como las expresiones de solidaridad internacional.

Y acaso el hecho que simboliza el cambio de clima político es el recibimiento popular que tuvieron los fiscales que habían convocado al homenaje a Nisman. Personajes que hasta hace pocos días eran anónimos, fueron recibidos bajo aplausos. Más aun, fiscales que hasta hace pocos meses eran sospechados de ser funcionales al kirchnerismo y de no actuar con la dureza necesaria ante las acusaciones de corrupción pasaron a ser caracterizados como los garantes de las instituciones republicanas.

Y, tal vez el mayor logro de la marcha: a diferencia de lo que había ocurrido en los “cacerolazos” de 2012, esta vez la protesta tuvo un contenido eminentemente moral y ético. Antes, siempre había quedado la sensación de que las protestas estaban motivadas por intereses económicos, como el “cepo” al dólar, algo que el kirchnerismo supo capitalizar políticamente.

Kirchnerismo puro

La estrategia kirchnerista ante el 18F dejó en claro que Cristina Fernández de Kirchner no puede renunciar a su naturaleza confrontativa. Tal como había ocurrido en otras manifestaciones, tomó la marcha como un desafío a su autoridad y a su gestión de gobierno.

En consecuencia, su respuesta implicó una exhibición de fortaleza y una reivindicación a sus políticas. Hubo una primera decisión “pacificadora”: el acto –con cadena nacional incluida– de inauguración de la central nuclear Atucha, que originalmente estaba programado para las 18, fue adelantado para que no coincidiera con la marcha.

Pero allí se terminaron los gestos. A la hora del discurso, Cristina retomó su línea clásica: los convocantes a la marcha no tenían en realidad la intención de pedir justicia sino de generar un clima contrario a un gobierno que, en su afán de favorecer a los humildes, ha tocado intereses de los privilegiados.

Pero el “timing” ya no le juega a favor a la presidenta. Hablar de inversión en infraestructura y de renovación de la matriz energética suena casi como una ironía después del colapso eléctrico que desde hace tres veranos viene dejando a miles de familias iluminados con la luz de las velas. Su argumento de que los problemas energéticos son por el gran aumento de la demanda por parte de hogares que “ahora tienen muchas más cosas que enchufar” tampoco suena coherente en el contexto de una recesión que ya ingresa en su segundo año.

Pero, sobre todo, el argumento más erosionado es el del clima destituyente y golpista. Es un apelativo devaluado tras haber sido estirado por el propio kirchnerismo hasta extremos ridículos, como cuando se lo usó para justificar la escasez de tampones. Lo cierto es que es difícil encontrar quien tome en serio estos argumentos. A seis meses de las elecciones internas, ni siquiera un golpista vocacional querría tomarse la molestia de desestabilizar a un gobierno en su etapa final.

Pero el tópico del golpismo ha sido la consigna entre los representantes del “kichnerismo duro”. Como Luis D’Elía, quien comparó la marcha por Nisman con la vieja Unión Democrática que se oponía a Perón en los ‘50.

O como el diputado Edgardo Depetri, quien tras el acto de Cristina comentó: “Este 18 muestra dos países: el nuestro con la puesta en marcha de una obra como la Central Atucha II, que nos pone en el camino de la soberanía energética, y por el otro lado, el de la especulación y el oportunismo electoral, resultado de la alianza entre jueces, fiscales, los medios hegemónicos y una oposición decadente y sin ideas”.

El sedimento del 18F

El debate del día después, como siempre, es el de la influencia a futuro de la marcha y la posibilidad de que haya nacido una corriente de opinión capaz de cambiar el panorama político. Hay en este sentido quienes creen que el 18F fue un clímax a partir del cual la indignación por el caso Nisman se irá diluyendo. Así lo cree el analista Jorge Asís, para quien “la Marcha del Silencio se agota en la realización”.

Y, desde el propio kirchnerismo, el analista Horacio Verbitsky también cree que el movimiento se irá disipando, siempre que el gobierno no caiga en la tentación de confrontar con él: “Si mantiene la calma, como hizo en los últimos cacerolazos y paros sindicales, al apogeo le seguirá el ocaso que siempre sucede en ausencia de una organización capaz de capitalizar esa energía en una opción política”.

En el extremo opuesto, políticos opositores se esperanzan con que la marcha del miércoles haya significado el comienzo del fin del kirchnerismo. Lo más probable es que, como siempre, ambos extremos sean equivocados. Es raro que una manifestación callejera tenga fuerza tal como para influir en un resultado electoral. Pero tampoco es probable que sea irrelevante.

Es temprano para saberlo, pero si ese es el parámetro para juzgar el 18F, las primeras señales indican que la marcha cumplió su cometido.

EL OBSERVADOR

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