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Mortalidad en trasplante de hígado se redujo del 60% al 10%

Se realizaba en Argentina y la espera era de cuatro años; ahora, de tres meses

Sergio Miranda descubió que tenía hepatitis C en 1996. Tras varios años de luchar por tener un tratamiento y sin obtener avances, en 2003 la realización de un trasplante se hizo inminente. Pero para ello fueron necesarios siete años de espera: más de seis en Argentina, solo unos meses en Uruguay.

“El programa es casi como una madre para mí, porque, de alguna manera, volví a nacer. Entré al quirófano con un certificado de defunción y salí con una partida de nacimiento”, afirmó Sergio.

El Programa Nacional de Trasplante Hepático comenzó a funcionar en 2009 como una iniciativa conjunta entre el Hospital de Clínicas y el hospital Militar y, desde entonces, se han realizado 93 trasplantes, con una tasa de mortalidad posoperación menor al 10%.

“Uruguay lo necesitaba”, dijo Martín Harguindeguy, responsable del Programa. Previo al comienzo de este, los pacientes debían ser atendidos en Argentina, e ingresaban a una lista de espera conjunta de la que solo dos uruguayos eran operados por año. Hoy, con el programa instalado en Uruguay, son 25.

Por otra parte, las distancias generaban complicaciones para recibir atención luego de la intervención. “Si el paciente trasplantado tenía fiebre, tenía que trasladarse a Buenos Aires, porque acá un trasplantado era un ‘cuco’ que nadie quería ver ni hacerse responsable (de él)”, explicó a El Observador el especialista.

“El trasplante tiene lugar cuando el hígado prácticamente no funciona más y en esas situaciones los pacientes tienen muy corta expectativa de vida”, explicó a El Observador Harguindeguy. Al controlar múltiples funciones, los pacientes con deficiencias hepáticas no pueden realizar actividad física, pensar o hablar rápido, sufren de encefalopatía y desnutrición.

Con el paso de los años y el avance de la enfermedad, hasta el vestirse se había convertido para Miranda en una actividad muy demandante: “me tenía que sentar en un sillón a descansar porque no tenía más energía”, cuenta. Hoy, con 56 años, dice orgulloso que cruzó los Andes en bicicleta en homenaje a los donantes, y que incluso compitió en dos juegos latinoamericanos y dos mundiales para deportistas trasplantados. Su calidad de vida, afirma, cambió completamente. “A los pocos meses que hemos trasplantado pacientes, no los conocemos porque los cambia desde todo punto de vista, vuelven a sentirle el gusto a las comidas, a tener ganas de trabajar”, dice Harguindeguy.

Cuando la operación se realizaba en Argentina, la tasa de mortalidad en espera era de casi 60%, debido a que los pacientes se incluían dentro de la lista de espera y tardaban un promedio de cuatro años en recibir el nuevo hígado. Actualmente, esta tasa es del 10%, una cifra que se encuentra incluso por debajo de los estándares mundiales, que admiten hasta un 15%.

El promedio de edad de los trasplantados es de 41 años, “son pacientes en general jóvenes que vuelven a tener una vida social, laboral y hasta afectiva normal”, explica Harguindeguy.

El tiempo de espera por el órgano también se redujo, y es ahora de un promedio de tres meses. Pablo Castro fue operado en menos de dos. Con una vida sana, explica, nunca pensó que tendría que pasar por un trasplante. En su caso, con un hemagioma masivo –el hígado se transforma en una especie de bolsa de sangre–, el trasplante era la única salida y el tiempo de espera un dato importante. El riesgo para él era muy grande porque cualquier golpe, por más mínimo, le hubiera implicado una pérdida de sangre incontrolable.

“Desde el momento que entré, nunca fui un paciente o un caso, siempre fui Pablo”, dice en referencia a la calidez humana de los profesionales que trabajan en el programa. Son más de 60 especialistas que recibieron una capacitación durante dos años en Portugal, España, Inglaterra y EEUU, ya que se trata de una de las técnicas más complejas de la medicina.

La efectividad que ha tenido el programa también se muestra en el tiempo de estadía en CTI de los trasplantados, luego de la intervención. En este sentido, mientras la media mundial es de cinco días, en Uruguay es de 1,5. Además, la internación en sala en es de 15 días, cuando en Europa es de 30.

En adelante, dice Harguindeguy, piensan continuar con la capacitación, y llegar este año a los 100 trasplantes.

EL PAÍS

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